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lunes, 10 de noviembre de 2014

TE QUIERO A LAS DIEZ DE LA MAÑANA




Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?



Jaime Sabines  (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926 - Ciudad de México; 19 de marzo de 1999)

miércoles, 5 de noviembre de 2014

ELOGIO AL INFIERNO DE UNA DAMA





Algunos perros que duermen a la noche
deben soñar con huesos
y yo recuerdo tus huesos en la carne
o mejor
en ese vestido verde oscuro
y esos zapatos de tacón alto negros y brillantes,
siempre puteabas cuando estabas borracha,
tu pelo se resbalaba de tu oreja
querías explotar de lo que te atrapaba:
recuerdos podridos de un pasado podrido,
y al final escapaste muriendo,
dejándome con el presente podrido.
hace 28 años que estás muerta
y sin embargo te recuerdo
mejor que a cualquiera de las otras
fuiste la única que comprendió
la futilidad del arreglo con la vida.
las demás sólo estaban incómodas con
segmentos triviales,
criticaban absurdamente lo pequeñito:
Jane, te asesinaron por saber demasiado.
vaya un trago por tus huesos
con los que este viejo perro
sueña todavía.



Charles Bukowski.

jueves, 16 de octubre de 2014

ALGUIEN FUERTE DEBERÍA VENIR





Alguien fuerte
debería venir
a abrazarme
como si yo fuera
toda su vida.
Como si yo fuera
la única razón
de su existir.
Sólo eso,
nada más




Ángela Botero López (Medellín, Colombia, 1959)
Reside en Barcelona

DÉJALO ESTAR





Tú no eres mujer de horno y niños
no eres capaz de mantener con vida ni a un cactus.
No necesitas casa y semental
suéltalo y echa a andar de una vez.
Aquel amante tuyo tenía razón
para tí, las personas son accidentes:
de pronto te suceden.




Miriam Reyes (Orense, España, 1974)

martes, 1 de julio de 2014

OTRA CARTA




Siempre estás a mi lado y yo te lo agradezco.
Cuando la cólera me muerde, o cuando estoy triste
—untado con el bálsamo para la tristeza como para morirme—
apareces distante, intocable, junto a mí.
Me miras como a un niño y se me olvida todo
y ya sólo te quiero alegre, dolorosamente.
He pensado en la duración de Dios,
en la manteca y el azufre de la locura,
en todo lo que he podido mirar en mis breves días.
Tú eres como la leche del mundo.
Te conozco, estás siempre a mi lado más que yo mismo.
¿Qué puedo darte sino el cielo?
Recuerdo que los poetas han llamado a la luna con mil nombres
—medalla, ojos de Dios, globo de plata,
moneda de miel, mujer, gota de aire—
pero la luna está en el cielo y sólo es luna,
inagotable, milagrosa como tú.
Yo quiero llorar a veces furiosamente
porque no sé qué, por algo,
porque no es posible poseerte, poseer nada,
dejar de estar solo.
Con la alegría que da hacer un poema,
o con la ternura que en las manos de los abuelos tiembla,
te aproximas a mí y me construyes
en la balanza de tus ojos,
en la fórmula mágica de tus manos.
Un médico me ha dicho que tengo el corazón de gota
-alargado como una gota- y yo lo creo
porque me siento como una gruta
en que perpetuamente cae, se regenera y cae
perpetuamente.

Bendita entre todas las mujeres
tú, que no estorbas,
tú que estás a la mano como el bastón del ciego,
como el carro del paralítico.
Virgen aún para el que te posee,
desconocida siempre para el que te sabe,
¿qué puedo darte sino el infierno?
Desde el oleaje de tu pecho
En que naufraga lentamente mi rostro,
te miro a ti, hacia abajo, hasta la punta de tus pies
en que principia el mundo.
Piel de mujer te has puesto,
Suavidad de mujer y húmedos órganos
en que penetro dulcemente, estatua derretida,
manos derrumbadas con que te toca la fiebre que soy
y el caos que soy te preserva.
Mi muerte flota sobre ambos
y tú me extraes de ella como el agua de un pozo,
agua para la sed de Dios que soy entonces,
agua para el incendio de Dios que alimento.

Cuando la hora vacía sobreviene
sabes pasar tus dedos como un ungüento,
posarlos en los ojos emplumados,
reír con la yema de tus dedos.
¿Qué puedo darte yo sino la tierra?
Sembrado en el estiércol de los días
miro crecer mi amor, como los árboles
a que nadie ha trepado y cuya sombra
seca la hierba, y da fiebre al hombre.

Imperfecta, mortal, hija de hombres,
verdadera,
te usurpo, ya lo sé diariamente,
y tu piedad me usa a todas horas
y me quieres a mí, y yo soy entonces,
como un hijo nuestro largamente deseado.

Quisiera hablar de ti a todas horas
en un congreso de sordos,
enseñar tu retrato a todos los ciegos que encuentre.
Quiero darte a nadie
para que vuelvas a mí sin haberte ido.

En los parques, en que hay pájaros y un sol en hojas por el suelo,
donde se quiere dulcemente a las solteronas que miran a los niños,
te deseo, te sueño.
¡Qué nostalgia de ti cuando no estás ausente!
(Te invito a comer uvas esta tarde
o a tomar café, si llueve,
y a estar juntos siempre, siempre, hasta la noche.)




Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926 - Ciudad de México; 19 de marzo de 1999)

domingo, 1 de junio de 2014

VENGO DE OLVIDARTE





Vengo de olvidarte...

pero llego a casa y me tropiezo contigo,
en las cosas que me miran con tus ojos,
en las pelusas del pasillo
que me enredan leves,
con tu olvido.


Vengo de olvidarte...
y puede
que cambie de casa
y siga viniendo de olvidarte,
que cambie de cuerpo
y te siga deseando,
que cambie de vida
y te siga viviendo.


Vengo de olvidarte.
Tiro el bolso
y se cae el pintalabios,
un beso metálico en el parquet
me recuerda la ausencia de tu boca.


Con vocación de olvidarte
me muevo.
Cada minuto y centímetro
que salgo de mí misma
hago eso, insisto en ello.


Mi obstinación es olvidarte
mi trabajo es olvidarte
mi verso es olvidarte
mi insulto es olvidarte,
mi presente y mi futuro es olvidarte.
Y vengo y voy
para olvidarte.


Me duermo y me despierto
para olvidarte.
Soy lo que soy
para olvidarte.

Me voy a otras cosas
a otras casas
a otros seres
a otras páginas.


Me voy a otros versos
a otras voces
a otros canales
a otros ríos.


Me voy, me voy, me voy
continuamente.
Y cuando vuelvo…
abro la puerta
tiro el bolso
                                  el pecho
                                             la careta
                                                         y el tabaco…


y sé que vengo de olvidarte.




Belen Reyes (Madrid, España, 1964)

EL AMOR, LA CASA Y LOS OBJETOS




El amor mantiene ligados los objetos.
Cada uno en su luz, 
en su restricto o voluminoso 
                                            modo de ser.


El amor, y solo el amor, edifica 
paredes dobles, vigas maestras, tragaluces, 
conductos y puertas, sumando 
a la luz íntima el sol externo.


Cuando hay amor, los objetos 
se tornan suaves. No hay asperezas 
en sus formas y frases.


Como un gato, el cuerpo 
pasea entre aristas y no se hiere.
Nada le es hostil.
Nada es obstáculo. 
Nada está perdido 
en el trajín de la casa.


Es como si el cuerpo, más allá de frutas y flores, 
aún inmóvil, creara alas.


De ahí cierta displicencia de los objetos 
                                                             en la mesa 
                                                  en el estante 
                                                               en el piso 
como cuerpos tendidos en los tapetes 
                                                              o en la cama, 
pues es ésta la forma de permanecer
cuando se ama.
Lo que no sea así, no es amor.
Es orden exterior a las cosas.


Pues cuando amamos, los objetos nos miran 
sin envidia. Por el contrario, secretas glorias 
afloran de sus formas 
como del cuerpo afloran los labios 
y en la poltrona el pelo de su fauna aflora.


Las casas tienen raíces 
                                   cuando hay amor.
Aun ratones, cucarachas y caballos, 
amén de plantas y pájaros 
emiten vibraciones en los subterráneos 
de la casa de quien ama.


El cuerpo rezuma aromas luego del baño, 
almizcle fluye de los sexos, lavanda 
baña los gestos. Enrollados en sus toallas 
los cuerpos como olas 
se deshacen en orgasmos en la sábana de la tarde.


Los objetos entienden a los hombres, cuando hay amor.
Van a las fiestas y a las guerras, y si acaso 
se suicidan cayendo de los anaqueles 
son capaces de ostentar su vida 
aun como naturalezas muertas.


El amor no somete, el amor arraiga 
cada cosa en su lugar y, como el Sol, 
pasea iluminando las espirales de oro y plata 
que adornan nuestros cuerpos.


No hay límite entre la casa y el mundo, cuando hay amor.
Los amantes invaden todo a toda hora 
y el paisaje del mundo al paisaje de la casa 
se incorpora.







Affonso Romano de Sant'Anna (Belo Horizonte, Brasil, 1937)
Traducción de John Casanova